AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO / A DIOS EN EL PRÓJIMO.
Cuando el amor y la ley entran en conflicto, el amor tiene que tener la última palabra.
Cuando el amor a Dios y el amor al prójimo entran en aparente conflicto, elige al prójimo y acertarás.
Para el que ama no hay mandamientos, hay entrega y dedicación.
Jesús que conocía la Torá, conocía la Biblia, acudió al libro del Deuteronomio y le respondió: “escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Fórmula ritual que los judíos saben de memoria y recitan diariamente, así como los musulmanes repiten su fórmula: “no hay dios sino Alá y Mahoma es su profeta” y los católicos recitamos el Padre Nuestro cada vez que oramos. Y acudió también al libro del Levítico y le recordó el versículo 18 del capítulo 19: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Un padre llegó a casa cansado del trabajo, se sentó en el sofá y se puso a leer el Heraldo Soria. Su hijo de pocos años no dejaba de importunarle con miles de preguntas. El padre para quitárselo de encima cogió una página del periódico que tenía una gran foto de la tierra, la cortó en trocitos y se la dio a su hijo para que la recompusiera y lo dejara en paz.
Pasaron unos pocos minutos y el hijo volvió con el puzzle ya terminado. El padre sorprendido le preguntó cómo lo había compuesto tan rápido.
Había una foto de una hermosa mujer en la otra cara y cuando la reconstruí, la tierra también quedó reconstruida, contestó el hijo.
A nosotros nos pasa, a veces, lo mismo. Nos pasamos la vida importunando a Dios y gritándole para atraer su atención y nos olvidamos de que se hace presente en las personas. Cada cara lleva una huella de Dios, es una foto de Dios que hay que recomponer. Cuando recomponemos nuestras relaciones humanas, recomponemos, al mismo tiempo, el rostro de Dios.