Después de celebrar con gozo la Solemnidad de la Inmaculada nos damos de bruces con el Segundo Domingo de Adviento. Un personaje «gigante» el de San Juan Bautista. El profeta del desierto. Pide conversión al buen camino, a la honradez, al cumplimiento del deber… cosas que siempre nos harán falta a la hora de vivir. Volver la mirada y ponerse junto al otro en el camino. No se puede mirar a ninguna parte cuando tanta gente sufre.
Juan no eligió ser predicador. Lo eligió Dios.
Juan no eligió lo que tenía que decir. Dios le dio la palabra, el mensaje y la enseñanza.
Juan no buscó el aplauso de los hombres, simplemente preparó el camino del Salvador.
Juan, como buen predicador y precursor, preparó los corazones para que se abrieran al Señor. Anunció la conversión, «cambiad vuestra manera de vivir», bautizaos para obtener el perdón de los pecados y enderezad vuestros caminos.
La palabra que Dios dirigió a Juan sigue resonando todos los advientos en la iglesia.
Bautista se ha convertido en una llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permitan acoger a Jesús entre nosotros.
Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del profeta Isaías:
“Preparad el camino del Señor”.
¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de hoy? ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades?