«Seguir» a Jesús es una metáfora que los discípulos aprendieron por los caminos de Galilea. Para ellos significa en concreto: no perder de vista a Jesús; no quedarse parados lejos de él; caminar, moverse y dar pasos tras él. «Seguir» a Jesús exige una dinámica de movimiento. Por eso, el inmovilismo dentro de la Iglesia es una enfermedad mortal: mata la pasión por seguir a Jesús compartiendo su vida, su causa y su destino.
Cuando se conquistó el Oeste, la gente viajaba en diligencia. Lo que, tal vez, no sabemos es que había tres clases de viajeros: viajeros de primera, de segunda y de tercera.
Los viajeros de primera, pasara lo que pasara, permanecían sentados durante todo el viaje.
Los viajeros de segunda, cuando surgía un problema, tenían que bajarse hasta que el problema se resolvía. No tenían que mancharse las manos, simplemente miraban.
Los viajeros de tercera tenían que salir de la diligencia, empujar, arreglar la rueda rota o solucionar cualquier otra avería.
La mayoría de los católicos se comportan como viajeros de primera clase.
Lucas nos dice que Jesús «tomó la decisión de viajar a Jerusalén».
–Tres conversaciones en el evangelio,
– tres supuestos viajeros y discípulos, implican también
–tres decisiones.
El primero. Éste probablemente esperaba un viaje cómodo, en primera. «Los pájaros tienen nidos»…el Mesías tiene que sufrir y ser crucificado
El segundo. «Déjame ir a enterrar a mi padre». Enterrar a un padre significaba quedarse en casa hasta que los padres ancianos morían y eran enterrados respetuosamente. Podían pasar años y años.
Seguir a Jesús es una decisión para hoy.
El tercero. Le pide a Jesús le permita ir a despedirse de los suyos.
Preguntar, pedir permiso…
Jesús le dice que no hay mayor autoridad que Él.
Ser discípulo es un compromiso de toda la vida.