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PENTECOSTÉS 20 de Mayo


«Recibid el Espíritu Santo»

Todavía se oye decir que el Espíritu Santo es el gran desconocido de los católicos. Si hoy preguntamos a muchos si recibieron el Espíritu Santo cuando abrazaron la fe, encontraríamos respuestas semejantes a las que dieron algunos dicípulos a Pablo en Éfeso: «ni siquiera hemos oído hablar de que exista el Espíritu Santo» (Hechos, 19,2). Es oportuno que nos preguntemos: ¿cómo descubrir la presencia del Espíritu Santo?, ¿qué nos aporta al abrazar la fe?, ¿en qué nos cambia la vida?.

Jesús había prometido que enviaría el Espíritu que Él denominaba Consolador, Espíritu de la Verdad, Paráclito o Fuerza de lo alto…Después de su Ascensión los apóstoles perseveraban «en oración con María, la madre de Jesús». De repente un «viento recio»…»unas llamaradas que se posaban sobre cada uno»…lo que ocurre en su interior es inefable: no están abandonados a sus pobres fuerzas; el Espíritu prometido les inunda, les transforma y salen de su escondite a dar testimonio de que el Crucificado vive y en su nombre se nos perdonan los pecados (1ª lectura). Comienza un tiempo nuevo, una nueva creación, una lueva ley; es el tiempo de la Iglesia impulsada por el Espíritu a dar testimonio del Resucitado.

¡Qué pequeñas se quedan las palabras para expresar este nuevo nacimiento!; acudimos a los símbolos que sugieren más que dicen: no hay consuelo como el tuyo, dulce Huésped del alma, nuestro descanso, brisa en las horas de fuego; mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, salva al que busca salvarse…(Secuencia).

La humanidad reconciliada y reconciliadora ha comenzado porque «hemos sido bautizados en un mismo Espíritu» (2ª lectura). Por el bautismo vivimos en intimidad con el Padre, en el Hijo, por el Espíritu Santo. Hoy Jesús exhala su aliento sobre nosotros y cumple su Promesa: «recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos» (Evangelio).

Caigamos en cuenta de la presencia alentadora del Espíritu en los matrimonios, en tantos trabajadores que hacen posible nuestra vida, en los catequistas, en los misioneros -laicos. consagrados y sacerdotes- que arriesgan su vida en pueblos azotados por el ébola, la guerra y las injusticias. El Espíritu está en toda obra buena que contribuye a la dignidad de las personas, a su liberación y a su encuentro con el Señor. Todos los pueblos perciben la acción del Espíritu cuando sus discípulos imitamos el compromiso del Maestro, Jesús.

Oremos al Espíritu: danos Sabiduría para mirar con los ojos del Padre y amar desde su corazón, como Jesús; danos Entendimiento que ahuyente dudas, tibiezas y desconfianzas en nuestra relación con Dios y con los hermanos; danos Fortaleza que nos libre de la voluntad débil y de las cobardías en los conflictos y tentaciones; que nos libre de respetos humanos; danos Consejo que nos libre de imprudencias y murmuraciones que dividen y hacen imposible nuestra convivencia fraterna; danos Ciencia que nos libre de los engaños del mundo y de la propaganda que nos esclaviza; danos Temor de Dios para abandonarnos en sus brazos con la confianza de los niños. Amén.

Jaime Aceña Cuadrado cmf

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