DOMINGO XXXIII del T. O. 18 de Noviembre.
«El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán».
Todos sentimos curiosidad por conocer el final de los tiempos…¿cuándo será?, ¿cómo será?. Los misterios del Señor incluyen el final del tiempo; si nos incorporamos a la liturgia de este domingo, experimentamos que este final nos afecta; la Palabra nos invita a tomar conciencia del final del tiempo personal y cósmico cuando los enemigos de Cristo «sean puestos como estrado de sus piés». (2ª lectura).
El profeta Daniel presenta el fin como el resultado de la lucha entre los enemigos de Dios (Antioco IV) y los justos que son martirizados por este tirano. Los justos no pierden la esperanza porque Dios está con ellos; la muerte es un sueño del que se despierta con destino distinto: «unos para vida perpetua, otros para ignominia perpetua». Dios ofrece la salvación pero no anula nuestra responsabilidad humana. Los «sabios» son los que por su vida y enseñanzas han mostrado a sus semejantes el camino de la virtud que lleva a la Vida: «los sabios brillarán como el fulgor del fiemamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad» (1ª lectura).
El salmo 15 es oración de confianza y entrega a Dios que protege a los que se refugian en Él. El fiel, que corresponde a la elección de Dios, descansa sereno porque sabe que «no será entregado a la muerte», ni conocerá la corrupción.
El evangelio presenta la situación de la Comunidad cristiana después de la Pascua de Jesús; ya vive la salvación por su fe en el Señor Resucitado, pero espera «vigilante» la vuelta del Señor, que llevará la plena salvación «a sus elegidos de los cuatro vientos» (Evangelio).
Hoy es la jornada mundial de los pobres; en nuestra mano está ofrecerles la salvación de Dios con nuestro compromiso por su dignidad y sus justos derechos, aunque sólo lleguemos a un empobrecido.
Jaime Aceña Cuadrado cmf.