DOMINGO VIII del T.O.: 3 de Marzo:
«El que es bueno, saca el bien de la bondad que atesora en su corazón».
Estamos contaminados de ruido; las noticias, las prisas impiden el silecio sosegado en nuestro interior, en nuestras casas, en nuestras parroquias. Si fuéramos capaces de parar, de escuchar el silencio encontraríamos todo lo bueno que Dios suscita en el corazón, en nuestro interior.
Perdemos la paz y la armonía por estar pendientes de los otros, por causarles buena impresión, por «el qué pensarán de mí», por la costumbre de enjuiciar lo que hacen o lo que son…»un discípulo no es más que su Maestro» (Evangelio). Jesús pone muchas imágenes para hacernos reaccionar y liberarnos de ese estrés que nos saca de quicio: «hoyo, mota y viga del ojo, árbol sano y árbol podrido, higos y zarzas, uvas y espinos…».Jesús quiere que lleguemos a nuestra verdad e identidad personal y que dejemos en paz a los demás; fructificar en el amor es vivir el «no juzguéis y no seréis juzgados».
Las intenciones que tienen los otros para obrar de un modo determnado las desconocemos. Las intenciones ocultas sólo las juzga el Señor; seamos prudentes y «no alabemos a nadie antes de que razone, porque esa es la prueba del hombre». (1ª lectura).
El trato confiado con Dios hace la vida fecunda: «el justo crecerá como una palmera…en la vejez seguirá dando fruto» (salmo 91).
El enemigo mayor que amenaza nuestra felicidad y nuestra realización personal es la muerte. También este supremo enemigo es derrotado con la resurrección última de los cuerpos; vivimos en Cristo Resucitado y en Él vencemos a la muerte y al pecado (2ª lectura). Hemos recibido un Espíritu de fortaleza, no de timidez. Trabajemos por el Reino de Dios porque el Señor «no dejará sin recompensa vuestra fatiga».