DOMINGO XXII del T. O. 1 de Septiembre-2019
«Todo el que se enaltece será humillado».
Jesús fué, y es, revolucionario porque su modo de ser, sus valores chocan con el modo de proceder habitual de la gente. Una comida en casa de un fariseo «principal» pone en juego la catadura humana: «los convidados escogían los primeros puestos» (Evangelio). ¡Cuántas maniobras para medrar!; esa fiebre por los primeros puestos mueve hoy influencias, sobornos, dinero en publicidad; los grupos de opinión y los partidos políticos tienen un dios al que sacrifican todo: el Poder que domina la información, que domina voluntades y conductas.
Jesús propone otra Sabiduría, otro modo de ser que obra distinto; nos invita a imitar al Padre-Dios que ejerce su Poder misericordioso con paciencia, con servicio, con perdón…El Padre-Dios se comporta así porque nos ama a fondo perdido; Jesús prolonga este modo de ser del Padre: se humilla, se abaja, convive con los últimos y concluye: «el que se humilla será enaltecido»…dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos». Nos guía la Sabiduría de Jesús cuando hacemos presente el Amor del Padre en nuestras relaciones.
La persona humilde que actúa con llaneza y mansedumbre se gana el afecto de todos y el de Dios: «hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios que revela sus secretos a los humildes (!ª Lectura). Humildad y sencillez son actitudes sapienciales porque preparan, a quien las cultiva, a recibir el Reino de Dios; los pobres son dichosos porque el Señor, «Padre de huérfanos», prepara su casa «a los desvalidos» (Salmo 67).
La Alianza del Sinaí estuvo acompañada de temor; la Nueva Alianza, por medio de Jesús, ha hecho entrar a los redimidos en la Asamblea de los Santos; la Alianza del Sinaí ofreció la Promesa que alentaba la esperanza del resto fiel de Israel; con Jesús, esa esperanza, es realidad consumada; el Amor ha sustituído al temor del Sinaí; hoy, sin signos llamativos como entonces (2ª lectura), estamos llamados a entrar en Nueva Alianza con fe callada y humilde, como nos enseña Jesús en el banquete del «fariseo principal».
Jaime Aceña Cuadrado cmf