«Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
En Liturgia el Tiempo Ordinario simboliza el largo viaje que hacemos como discípulos de Jesús, en el que se pone a prueba la fortaleza y sinceridad de nuestra fe; se han apagado las luces de la Navidad y nos topamos con la vida real, en plena «cuesta de enero»; hemos vuelto de Belén al ajetreo diario. Continuamos el camino si abrimos el corazón a la Luz del Siervo de Yahvéh (1ª lectura). Él nos ha elegido para que iluminemos con su Palabra: primero ilumina Cristo, después los Apóstoles,
ahora todos y cada uno de los que le seguimos como discípulos.
Necesitamos interiorizar la experiencia de nuestro encuentro con Jesús para vivir en su Iglesia, dedicados a la voluntad del Padre, unidos a los hermanos de otras comunidades, de otras iglesias (ecumenismo). Formemos una Asamblea de personas llamadas a ser santas (2ª lectura); es más llevadero el camino si lo hacemos juntos,en compañía del Maestro.
Cuando se bautiza Jesús en el Jordán, Juan el Bautista proclama el núcleo del Credo Cristiano: «este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…he contemplado el Espíritu y se posó sobre Él…y yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios».
Juan bautiza con agua: hay discípulos suyos que se purifican externamente con agua, no purifican su corazón, son «los Bautistas». Jesús y sus discípulos somos bautizados con Espíritu Santo que nos transforma interiormente y permanece con nosotros. Nuestro bautismo nos urge a ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu para vivir en Cristo, morir en Cristo y resucitar en Cristo.
Este domingo está dentro de la Semana de Oración por la unidad de los cristianos: que las distintas iglesias lleguemos a unirnos en una Iglesia, como quiere Jesús, para que el mundo crea.
Jaime Aceña Cuadrado cmf