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DOMINGO XIV del T. Ordinario 5 de Julio de 2020.

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados»…

Cuándo nos preguntamos cómo se manifiesta el Misterio de Dios y cómo podemos tener un encuentro personal y social con Él, respondemos con fe «que a Dios nadie le ha visto jamás…el Hijo único nos le ha dado a conocer» (Jn 1,18).

Los discípulos afirmamos con Jesús que no hay otro Camino, ni otra Verdad, ni otra Vida. ¿No hubo manifestación de Dios antes de Jesús?; ¿no hubo profecía antes de Jesús?: Jesús lleva a plenitud la Revelación de Dios en el Antiguo Testamento. Es más: Jesús identifica su Mesianismo con las Profecías.

Zacarías, después del exilio, subraya el carácter humilde y manso del rey anunciado, del Mesías esperado, «justo y victorioso y cabalgando en un asno» (1ª lectura). Su misión de paz y de reunificación de Judá e Israel, la realizará desde la humildad y sencillez.

Jesús se aplica expresamente esta profecía: «cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y hmilde de corazón y encontraréis vuestro descanso» (Evangelio). Dios se manifiesta a las personas sencillas; son las únicas que le pueden reconocer: «sí Padre, así te ha parecido mejor». Jesús quiere revelar al Padre a la gente humilde, a los pobres y sencillos de corazón.

El Dios que Jesús revela es «bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas»…nuestra plegaria brota agradecida con el salmo 144: «Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás».

Cuando la fe en este Dios-Padre revelado por Jesús ilumina nuestra vida, nos identificamos con la vida moral que S. Pablo describe en su carta de hoy, a los Romanos: frente «a la carne» que lleva a las propias apetencias egoístas, el Espíritu que justifica y nos resucita en Cristo (2ª lectura). Vivir según la carne nos lleva a la muerte física y a la muerte eterna; vivir según el Espíritu nos lleva a vivir en Cristo, morir en Cristo, resucitar en Cristo.

Jaime Aceña Cuadrado cmf.

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