DOMINGO VIIIº del Tiempo Ordinario 27 de Febrero de 2022
«El que es bueno, saca el bien de la bondad que atesora en su corazón».
Estamos contaminados de ruido; las noticias, las prisas impiden el silencio sosegado en nuestro interior, en nuestras casas, en nuestras parroquias. Si fuéramos capaces de parar, de escuchar el silencio encontraríamos todo lo bueno que Dios suscita en el corazón, en nuestro interior.
Perdemos paz y armonía por estar pendientes de los otros, por querer causarles buena impresión, por «el qué pensarán de mí», por la costumbre de enjuiciar lo que hacen o lo que son…»un discípulo no es más que su Maestro» (Evangelio). Jesús nos educa poniéndonos muchas imágenes para hacernos reaccionar de ese estrés que nos saca de quicio: «guías ciegos que caen al hoyo, mota y viga del ojo, árbol sano y árbol podrido, higos y zarzas, uvas y espinos…». Jesús quiere que lleguemos anuestra verdad e identidad personal profundas y que dejemos en paz a los demás; fructificar, madurar en el amor es vivir el «no juzguéis y no seréis juzgados».
Las intenciones que tienen los otros para obrar de un modo determinado las desconocemos. Las intenciones ocultas sólo las juzga el Señor; seamos prudentes y «no alabemos a nadie antes de que razone, porque esa es la prueba del hombre» (1ª lectura).
El trato confiado con Dios en la oración hace fecunda la vida: «el justo crecerá como una palmera…en la vejez seguirá dando fruto» (Salmo 91).
El mayor enemigo que amenaza nuestra felicidad, y nuestra realización personal, es la muerte. También este enemigo es derrotado por la resurreción última de los cuerpos, «creo en la resurrección de los muertos»…vivimos en el Espíritu de Cristo Resucitado y en Él vencemos el pecado y la muerte (2ª lectura). Hemos recibido un Espíritu de fortaleza, no de timidez. Trabajemos por el Reino de Dios porque el Señor «no dejará sin recompensa vuestra fatiga». Cultivemos la coherencia de vida resucitada con hechos.
Jaime Aceña Cuadrado cmf.