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DOMINGO IIIº DE PASCUA.-15 DE ABRIL

«¿Tenéis ahí algo que comer?

Los encuentros de los discípulos con el Resucitado inician el tiempo de la Iglesia en la historia de la Salvación. Los discípulos están deprimidos, tristes, escandalizados por el fin de Jesús en la Cruz. El Resucitado quiere convertirles en «testigos» de la Buena Noticia; les saluda con la Paz, se deja tocar las llagas, come con ellos…es un largo proceso (Evangelio).

Los discípulos permanecen callados; la sorpresa, la alegría les impiden hablar y «ver»; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad. «¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?».

Nuestra Iglesia deja de ser Comunidad de «testigos» cuando el pesimismo nos quita la paz, cuando queremos ser protagonistas de la pastoral y ocultamos la novedad del Resucitado con nuestras costumbres, prejuicios y divisiones. La rutina nos impide ser sus «testigos».

Recuperemos el vigor de la fe; miremos sus heridas en las manos y en los pies; no olvidemos su amor fiel hasta dar la vida por nosotros; contemplemos esa manos taladradas que bendecían a los niños y sanaban a los enfermos; contemplemos esos pies taladrados que recorrieron los caminos buscando la oveja perdida. Jesús confía en sus discípulos, en nosotros, si no enseñamos doctrinas complicadas y contagiamos la alegría del Encuentro con Él alentados por su Espíritu que nos resucita con Él.

Con el Espíritu los Apóstoles son testigos. Pedro catequiza: «porque Dios lo resucitó de entre los muertos…por tanto, arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados» (1ª lectura). Esta es la tarea de la Iglesia; esta misión justifica sus bienes, edificios y organización universal. ¿Cómo está nuestro entusiasmo «misionero»?.

Con el Espíritu el apóstol Juan escribe: …»si alguno peca tenemos a uno que abogue ante el Padre, a Jesucristo, el justo» (2ª lectura).

La Paz del Resucitado no es la del equilibrio de fuerzas contrarias, no es la paz del mundo; el salmo 4 expresa la Paz nueva en oración confiada: «en Paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo». Hoy seguimos llamando «Señor» al Resucitado que vive en nosotros hasta el fin de los tiempos.

Jaime Aceña Cuadrado cmf.

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