DOMINGO XXIV del T. O. 16 de Septiembre.
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Aturdidos por las noticias de pederastia y por los «dubia» de cardenales al Papa y por el ataque persistente de católicos ultras contra el magisterio del Papa Francisco, podemos olvidar la piedra angular de la Iglesia: Jesucristo.
Hoy, como entonces, la opinión de la gente es contadictoria sobre Jesús: unos lo valoran como líder espiritual de Occidente, otros lo atacan y desprentigian con encono porque su vida y su mensaje condenan la injusticia que ellos provocan con sus ideologías o con su riqueza amasada con sobornos y atropello a la dignidad de las personas (magnates como Soros, grupos financieros…).
Hagamos silencio para contestar a la pregunta de Jesús: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Para responder no me sirven las respuestas aprendidas de memoria, ni la fe de mis padres, ni el entusiasmo de unos días de celebración cristiana; puedo responder si acepto el camino y el destino de Jesús: «el Hijo del Hombre…tiene que ser condenado…ser ejecutado y resucitar a los tres días» (Evangelio).
Rechazar este camino es estar poseído por Satanás. Somos poseídos por Jesús si aceptamos perder la vida por el Evangelio.
Jesús se identifica con el Siervo de Yahvéh profetizado por Isaías: ofrecí la espalda, la mejilla, el rostro «a los que golpeaban; mi Señor me ayuda, por eso no quedaba confundido» (1ª lectura).
Como Jesús liberado de sus pruebas, el discípulo confía en la protección de Dios en toda circunstancia: «caminaré en presencia del Señor en el país de la vida…porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco» (salmo 114).
El apóstol Santiago concreta la nueva ley en el Amor (2ª lectura). La ley si es sólo observancia ritual, no salva; la fe salva si nos lleva a las obras del Evangelio: «alguno dirá: tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras y yo, por las obras, te probaré mi fe». El compromiso de vida cristiana revela la verdad de nuestra unión con Cristo, revela nuestra fe.
Jaime Aceña Cuadrado cmf.
