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DOMINGO XXVI del T. O. 29-09-2019

«Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal».


Con la parábola del rico y del pobre Lázaro, Jesús insiste en que no podemos servir a Dios y al dinero. En la primera parte de la parábola se describe con detalle la diferencia abismal entra la vida del rico y del pobre Lázaro….el rico vive para sí mismo: «vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día» (Evangelio). Lázaro desea comer las migajas que caían al suelo y nadie se las daba; hambre tan intenso provoca que esté cubierto de llagas.

La segunda parte describe la suerte diversa de cada uno después de morir; Lázaro es conducido al seno de Abrahám (el cielo judío) y el rico al infierno. Atormentado, no se olvida del pobre que estaba a su puerta; es consciente de que ha vivido en vano; sus riquezas no le sirven de nada a la hora de la verdad; intuye que el pobre tiene buen corazón porque no se ha contaminado de la avricia y del lujo; suplica a Abraham que Lázaro alivie su tormento con un poco de agua. Dios -por boca de Abraham- responde por el pobre: por haber carecido de bienes en vida, recibe ahora consuelo; no hay posibilidad de que se vuelvan a encontrar el rico y el pobre. Ni tampoco creerían los familiares deñl rico si el muerto Lázaro les hablase: «Si no escuchan a Moisé y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto».

Amós denuncia el lujo y la riqueza que explotan al pobre; si esta vida de derroche no recibe castigo ahora, en este mundo, la fe nos dice que no quedará impune; la vida materializada, de puro confort, fué y es siempre un insulto a Dios y anuncia en nombre de Yahvéh «se acabó la orgía de los disolutos» (1ª lectura).

La oración del pobre es confiada porque el Señor «hace justicia los oprimidos…liberta a los cautivos…sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados». (Slmo 145).

Nuestra vida cristiana es una conquista diaria. Pablo resume las batallas que está llamado a librar el discípulo en su exhortación a Timoteo: huir del dinero, llegar a vivir de la fe que cristaliza en obras de evangelio, actuar con caridad sincera, mostrar justicia humana, alentar la esperanza con la oración, dar sentido cristiano al sufrimiento, y cuidar el trato fraterno con los demás. La victoria es posible si el discípulo cimenta su vida en la roca que es Cristo («ª lectura).

Jaime Aceña Cuadrado cmf.

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