«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso»
24 de Noviembre 2019
El Evangelio nos presenta crucificado a Cristo Rey, final de este ciclo litúrgico. Es necesario pararnos y contemplarle como hicieron Velázquez y Gregorio Fernández. Él había dicho que su Reino no es de este mundo; son muchas las paradojas de su presentación pública como Rey: azotado, coronado de espinas, con la cruz del patíbulo a cuestas, agonizante cosido a la cruz…es evidente que como Rey no tiene los atributos de los poderosos. Su rostro es el de un condenado sangriento; es el Hijo de Dios y agoniza como un proscrito (Evangelio).
S. Juan Crisóstomo escribe: «El ladrón vió a Jesús en la cruz, pero lo adoró como si estuviera en la gloria; lo vió crucificado y le suplicó como si se sentara en el trono; lo vió condenado , pero le pidió la gracia que se pide a un rey». ¿Qué vió en Jesús, qué escuchó de su plegaria que provocara su arrepentimiento?: «Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». El amor de Jesús es más fuerte que su dolor; le escucha y le responde: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Sólo desde la fe que ama podemos adorarle y aceptarle como el Cristo-Rey. Sólo desde el amor le abrimos el corazón y llegar a vivir en Él en proceso que abarca todas las edades de la vida humana. «Nadie tiene más amor que el que da la vida por los amigos» -había enseñado-incluso por los enemigos.
Hoy, aquí y ahora, es ocasión óptima para contemplar imágenes del Crucificado-Rey, como «Cristo del Consuelo» con su mirada obediente al Paadre, con su rostro que da por bien empleado su sacrificio porque muere amando a todos, al Padre y a todos nosotros. La contemplación del Crucificado-Rey nos lleva a la oración:
«No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido,
para dejar, por eso, de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte»
Muéveme en fin tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera. Amén».
Amor con amor se paga: ¿termino el año litúrgico unido a Él, cómo con Él, le doy a conocer con mis palabras y obras?.
Jaime Aceña Cuadrado cmf.