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SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS 1-XI-2020

«Dichosos…dichosos…»


Con dificultad se va abriendo camino la llamada universal a la Santidad de todos los bautizados; el Concilio Vaticano IIº ha sido respaldado por el Papa Francisco con su magisterio sobre la santidad de los casados, de los trabajadores, «de los santos de la puerta de al lado».

Está aún arraigada la convicción de que la Santidad es privilegio de unos pocos y que la mayoría peregrinamos por un camino ancho y polvoriento. La Solemnidad de Todos los Santos nos lleva a dar gracias por los santos que nos han contagiado y educado la fe, por los santos comprometidos en la educación, en la sanidad, en la relación de vecinos.

Jesús comunica su Espíritu y Sabiduría a todos; el Sermón del Monte es su autoretrato; Jesús identifica la Santidad con las fuentes de la Álegría y de la Libertad evangélicas: Pobreza de espíritu, llanto y sufrimiento, hambre de justicia, misericordia, corazones limpios y honrados, pacíficos y pacificadores, perseguidos por la causa de Jesús-el Reino- (Evangelio).

En las Bienaventuranzas está recogidas las situaciones reales de nuestra vida, en las que el Espíritu actúa y nos transforma; en cada situación humana, florece la novedad del Reino de Dios: de los pobres es el Reino; los sufridos heredarán la Tierra; los que lloran serán consolados; los hambrientos de justicia quedarán saciados; los misericordiosos alcanzarán misericordia; los limpios de corazón verán a Dios; los pacíficos se llamarán los Hijos de Dios; los perseguidos por causa de Jesús entran en el Reino; dichosos porque vuestra recompensa será grande en el Cielo.

La lectura del Apocalipsis apuntala la llamada universal a la Santidad en las diversas circunstancias de la vida humana; los 144.000 «marcados de todas las tribus» indica totalidad, plenitud. «Estos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero» (2ª lectura).

El salmo 23 nos detalla las condiciones que se realizan en el grupo que busca sincermente al Señor, los santos: «el hombre de manos inocentes y puro corazón».

El Espíritu que recibimos en el Bautismo, nos abre al plan de Dios: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!…ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos». Somos dichosos.

Jaime Aceña Cuadrado cmf.

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