CRISTO REY.- DOMINGO XXXIV DEL T. O

A todos nos gustaría conocer con certeza la desembocadura de nuestras vidas…¿hacia dónde van «los ríos» de nuestras vidas?…¿hacia dónde va nuestra historia personal y social?.


«Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino…»

A todos nos gustaría conocer con certeza la desembocadura de nuestras vidas…¿hacia dónde van «los ríos» de nuestras vidas?…¿hacia dónde va nuestra historia personal y social?.

La catequesis de los Evangelios se articula en un proceso a Jesús, el Mesías. S. Mateo pone «el juicio final» como la venida última del Hijo del Hombre; este final lo prepara con las parábolas de las doncellas prudentes o necias y de los talentos…el Señor viene, aunque se haga esperar.

El texto de hoy evoca el juicio final a todos los pueblos, a todas las personas (Evangelio). Todos seremos juzgados por el mismo criterio. Entraremos en «el banquete» de nuestro Señor, no por las cuentas bancarias que tengamos, ni por el éxito y reconocimiento social cosechados…Lo decisivo va a ser el amor comprometido en favor de los desvalidos: «dar de comer», «dar de beber», «visitar enfermos o encarcelados», «vestir al desnudo»…en definitiva, obras de misericordia corporales y espirituales, ¿las recuerdo?, ¿las pongo en práctica?.

¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable darles la espalda? Porque lo que se hace o deja de hacer a ellos se le está haciendo o dejando de hacer a Cristo, al mismo Dios que nos revela el Cristo. En cada persona que sufre, Jesús sale a nuestro encuentro; en ningún lugar podremos encontrarnos con Jesús como en el servicio a los empobrecidos que nos rodean. Compasión eficaz, no sentimental.

Es el mandato de Jesús: «que os améis como yo os he amado»;
Él nos pastorea (1ª lectura) y nos conduce «a fuentes tranquilas…prepara una mesa ante mí» (Salmo 22). Al final Cristo devolverá el Reino a Dios Padre…»así Dios lo será todo para todos» (2ª Lectura). Porque Cristo ha resucitado, ha sometido todo poder del pecado y de la muerte; su Espíritu hace posible nuestro encuentro con el Señor en los que sufren.

Jaime Aceña Cuadrado cmf

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